domingo, 24 de agosto de 2014

EL COLECCIONISTA DE JARRONES CHINOS

 

 

 

 

 

 

 

 

EL COLECCIONISTA DE JARRONES CHINOS
















Había salido sin rumbo fijo. La tarde estaba templada e invitaba a caminar. Sus pasos la llevaron, automáticamente, a aquel barrio que solía frecuentar en compañía de su ex, el curador de arte asiático, hace un par de años.
En aquel tiempo sus visitas a lugares plagados de artículos venidos de oriente eran frecuentes. Luego, cuando su historia de amor terminó, ya no volvió a pisar esos lugares. Pero esa tarde, un impulso la había llevado de nuevo allí.
Estaba todo igual, pero nada era igual… No entendía que hacía  otra vez mirando las vidrieras a través de las cuales cientos de budas  de diversos materiales  le sonreían mientras los simpáticos caballitos voladores amenazaban  con batir las alas y huir hacia el infinito en busca de un destino más acorde a sus expectativas. Cada vidriera le devolvía un poquito de la historia que había terminado cuando se negó a acompañar a Jian Yi  a China. Él quería que su madre y su hermano la conocieran, y ella no se atrevió a seguir adelante.
Jamás pensó que lo iba a extrañar tanto.
En eso estaban sus pensamientos, cuando sintió que una mano la tomaba del brazo y no la dejaba avanzar. Giró la cabeza, sorprendida, e inmediatamente sufrió una decepción, por un instante pensó que Jian Yi había regresado…
Quien se aferraba a ella era un anciano oriental que parecía tener mil años al menos, casi no podía tenerse en pie. Lo miró sorprendida, y ante su silencio, le preguntó si le pasaba algo, si se sentía bien. El anciano tenía la mirada perdida, no contestaba,  parecía no comprender o no poder hablar, algo le ocurría. Miró alrededor buscando un policía que la ayudara pero no vio a ninguno. Insistió con sus preguntas pero la respuesta fue el silencio.
De pronto, un vendedor del negocio frente al cual estaban parados y que había estado observando a través de los vidrios del local, se acercó y dijo: - “¡Es el coleccionista de jarrones chinos! Hace tiempo que no nos visitaba, no está bien de salud…” 
Ella le preguntó si conocía donde vivía para llevarlo a la casa,allí sus familiares sabrían que hacer.  Solícito, el vendedor entró al negocio y volvió con una dirección escrita en un papel… La conocían porque allí hacían los envíos de
sus compras. Ella agradeció, paró un taxi y con la ayuda del vendedor subieron al anciano al auto y partieron.  Intentó que el anciano hablara durante le viaje, pero fue en vano. Cuando llegaron,  se bajó del auto, y luego de corroborar que el lugar era el de la dirección escrita en el papel, tocó el timbre. Una mucama de la misma nacionalidad salió a atender. Al ver al anciano en el coche, se anticipó: - “siempre ocurre lo mismo, sale a buscar jarrones para su colección y se pierde, tiene los problemas de la edad.  A sus 94,  está perdido la mayor parte del tiempo, pero los jarrones son su obsesión”. Le solicitó ayuda para bajarlo y ella accedió. Pagó al taxista y entre las 2 lograron entrar al anciano a la casa. ¡La casa parecía un museo de arte asiático! Imposible describir lo que se veía. Nunca había estado antes en un lugar así. No quedaban allí espacios libres! Sus ojos se pasearon incrédulos por los maravillosos jarrones y las exóticas figuras que se apretaban en el amplio recinto que hacía las veces de sala de estar.
En ese instante pensó de nuevo en Jian Yi.
Cuando se encontró entre sus cosas el anciano pareció recuperar la memoria, sus ojos adquirieron un brillo increíble; su rostro le regaló una sonrisa amable y agradecida y con voz queda la invito a tomar un té. Llamó a la mucama y en mandarín  le dijo algunas palabras.  Mientras le agradecía – ya se había dado cuenta lo que había pasado porque no era esa la primera vez – la invitó a sentarse y le contó. Wei Jun, así dijo llamarse -, era un coleccionista de jarrones chinos. Siendo un adolescente un monje le había contado que en el Tíbet un sabio había encontrado la fórmula de la juventud eterna, y ante el temor de que la misma cayera en manos de gente mala que lo acosaba para robársela, la escondió en el doble fondo de un jarrón. El jarrón, por error, se mezcló entre otros, y ya nunca más se supo de ella. El sabio, del disgusto murió sin haber dejado nada  para reproducirla. Wei Jun creció en China obsesionado por la historia y cuando tuvo edad suficiente se echó a andar por el mundo buscando el jarrón . Así sus averiguaciones constantes lo trajeron finalmente a Argentina donde, se suponía que podía estar esa pieza, depositaria de la maravillosa fórmula. Tanto buscar jarrones, Wei Jun, comenzó a reparar que los mismos eran bellísimos y entonces se las arregló, con la ayuda de la ciencia y la tecnología, para indagar si tenían doble fondo y la fórmula en su interior, sin necesidad de romperlos Esa era la razón por la que su casa estaba atestada de jarrones, tan bellos como valiosos, a los cuales amaba y de los que no estaba dispuesto a desprenderse. Había también muchos otros objetos de arte oriental. Con el tiempo se había convertido en un importantísimo coleccionista ya no solo por necesidad sino también por amor a la belleza que había aprendido a apreciar.
Cuando Wei Jun terminó su té y su relato, se acomodó plácidamente en el sillón y se quedó dormido. La mucama volvió, y no pareció sorprenderse. Entonces ella decidió retirarse, pero antes extrajo de su cartera una tarjeta y se la dejó a la mucama por si el anciano llegaba a necesitar algo.  Salió a la calle. Ya anochecía.  Paró el primer taxi que pasó y retornó a su casa. Estaba sorprendida con lo que había ocurrido. Esa noche pensó mucho en Jian Yi. No se lo podía sacar de la cabeza.
A la mañana siguiente sonó el teléfono cuando aun dormía y al
atender, una voz que le pareció reconocer le pedía disculpas por el llamado y le anunciaba que Wei Jun nunca se despertó de lo que se suponía era un sueño momentáneo. La mucama estaba consternada, y quería agradecerle nuevamente por haberlo llevado, el día anterior, a que muriera en su hogar. Se despidió con voz llorosa y cortó.
No supo bien porque, pero lloró amargamente por la muerte de aquel viejecito que había dejado su vida detrás de una fórmula que seguramente no existía. Y estuvo mal unos cuantos días, sin saber bien si era por Wei Jun, por Jian Yi,  por los dos o quizás por ella misma que no era capaz de perder su vida por nada ni por nadie…
Era tiempo de reflexión.

Habían pasado aproximadamente 2 meses cuando un llamado
desde un número desconocido, le anunciaba en su contestador que debía presentarse en día y hora determinados en un estudio de abogados con documentos que acreditaran su identidad.
Pasada su sorpresa se comunicó con el  estudio porque pensó que se trataba de una confusión, pero le corroboraron la cita sin darle ningún otro detalle.
El día señalado, luego de mucho dudar, concurrió de muy malhumor. ¡Allí también habían algunos orientales! Pensó que algo extraño estaba ocurriendo en su vida últimamente. Veía chinos por todas partes y le sucedían cosas extrañas con ellos…
Le ofrecieron un té mientras esperaba, pero lo rechazó con fastidio.¡Al diablo con la cortesía oriental!
Al rato la hicieron pasar a otro despacho. Allí le anunciaron que se había abierto el testamento de uno de sus clientes recientemente fallecido y en él se designaba única heredera de una importantísima colección de jarrones a  la última persona que hubiera llevado sano y salvo de regreso a su hogar al dueño de la misma, quien sufría perdidas de memoria frecuentes y era regresado muchas veces a su hogar, por gente desconocida. La otra heredera, su mucama de toda la vida porque al cliente no le quedaban familiares vivos,  había proporcionado los datos para encontrarla a través de una tarjeta y daba fe de lo ocurrido el día anterior al fallecimiento. El abogado continuó hablando durante un rato pero ya no pudo entender nada más, lo que acababa de oír la superaba, creyó que se desmayaba ahí. ¿Qué iba a hacer con cientos y cientos de jarrones?  Se acordó del ofrecimiento y reclamó el té que le habían querido servir un rato antes. Y así, con el té chino, tragó como pudo la noticia que la convertía en la dueña de los valiosos jarrones.
Fijaron día y hora para continuar con el trámite y salió casi corriendo, necesitaba refugiarse en su hogar. No habían sido buenos los últimos tiempos, el recuerdo de Jian Yi no la dejaba en paz y ahora esto.
Cuando llegó la noche, se conectó a la red, miró algunas páginas irrelevantes y cuando ya estaba por salir se le ocurrió abrir su email. Varios mensajes la estaban aguardando, un par de newsletters,  un par de amigas, ese sujeto pesado que quería salir con ella e insistía a pesar de sus negativas y un mail desconocido que estuvo a punto de marcar como spam: nuncateolvide@gmail…. . Sin embargo, se arrepintió a último momento y lo abrió.  El remitente le decía que hacía meses que no podía dejar de pensar en ella, que regresaba a Argentina a reconquistarla porque el corazón le decía que ella aún lo amaba como él a ella y que cuando estuvieran juntos le iba a contar la verdadera razón por la cual había viajado cuando se conocieron.  Decía que se trataba de una historia singular sobre un sabio y una fórmula que era necesario hallar. Se disculpaba por no continuar el relato por el mail, ya que iba a tener que convencerla de la veracidad de la historia y prefería hacerlo personalmente. Daba fecha y hora de vuelo y rogaba que lo fuera a esperar al aeropuerto. El mail era extenso pero ella
ya no entendía lo que leía…  Se había puesto a pensar que de un día para otro era la poseedora de una magnífica colección de jarrones chinos, una suegra ,un cuñado y toda una familia de ojos oblicuos que no hablaban español pero que  seguramente querrían conocerla a la brevedad y por primera vez en mucho tiempo, se sintió feliz, inmensamente feliz.












A. B.













Como los jarrones que la heroína del cuento recibió de Wei Jun son muchos 
los vas a poder ver en el próximo post.






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