EL COLECCIONISTA DE JARRONES CHINOS
Había salido sin rumbo fijo. La
tarde estaba templada e invitaba a caminar. Sus pasos la llevaron,
automáticamente, a aquel barrio que solía frecuentar en compañía de su ex, el
curador de arte asiático, hace un par de años.
En aquel tiempo sus visitas a
lugares plagados de artículos venidos de oriente eran frecuentes. Luego, cuando
su historia de amor terminó, ya no volvió a pisar esos lugares. Pero esa tarde,
un impulso la había llevado de nuevo allí.
Estaba todo igual, pero nada
era igual… No entendía que hacía otra
vez mirando las vidrieras a través de las cuales cientos de budas de diversos materiales le sonreían mientras los simpáticos
caballitos voladores amenazaban con
batir las alas y huir hacia el infinito en busca de un destino más acorde a sus
expectativas. Cada vidriera le devolvía un poquito de la historia que había
terminado cuando se negó a acompañar a Jian Yi
a China. Él quería que su madre y su hermano la conocieran, y ella no se
atrevió a seguir adelante.
Jamás pensó que lo iba a extrañar
tanto.
En eso estaban sus
pensamientos, cuando sintió que una mano la tomaba del brazo y no la dejaba
avanzar. Giró la cabeza, sorprendida, e inmediatamente sufrió una decepción,
por un instante pensó que Jian Yi había regresado…
Quien se aferraba a ella era un
anciano oriental que parecía tener mil años al menos, casi no podía tenerse en
pie. Lo miró sorprendida, y ante su silencio, le preguntó si le pasaba algo, si
se sentía bien. El anciano tenía la mirada perdida, no contestaba, parecía no comprender o no poder hablar, algo
le ocurría. Miró alrededor buscando un policía que la ayudara pero no vio a
ninguno. Insistió con sus preguntas pero la respuesta fue el silencio.
De pronto, un vendedor del
negocio frente al cual estaban parados y que había estado observando a través
de los vidrios del local, se acercó y dijo: - “¡Es el coleccionista de jarrones
chinos! Hace tiempo que no nos visitaba, no está bien de salud…”
Ella le preguntó si conocía
donde vivía para llevarlo a la casa,allí sus familiares sabrían que
hacer. Solícito, el vendedor entró al
negocio y volvió con una dirección escrita en un papel… La conocían porque allí
hacían los envíos de
sus compras. Ella agradeció, paró
un taxi y con la ayuda del vendedor subieron al anciano al auto y partieron. Intentó que el anciano hablara durante le
viaje, pero fue en vano. Cuando llegaron,
se bajó del auto, y luego de corroborar que el lugar era el de la dirección
escrita en el papel, tocó el timbre. Una mucama de la misma nacionalidad salió
a atender. Al ver al anciano en el coche, se anticipó: - “siempre ocurre lo
mismo, sale a buscar jarrones para su colección y se pierde, tiene los
problemas de la edad. A sus 94, está perdido la mayor parte del tiempo, pero
los jarrones son su obsesión”. Le solicitó ayuda para bajarlo y ella accedió.
Pagó al taxista y entre las 2 lograron entrar al anciano a la casa. ¡La casa parecía
un museo de arte asiático! Imposible describir lo que se veía. Nunca había
estado antes en un lugar así. No quedaban allí espacios libres! Sus ojos se
pasearon incrédulos por los maravillosos jarrones y las exóticas figuras que se
apretaban en el amplio recinto que hacía las veces de
sala de estar.
En ese instante pensó de nuevo
en Jian Yi.
Cuando se encontró entre sus
cosas el anciano pareció recuperar la memoria, sus ojos adquirieron un brillo increíble; su rostro le regaló una sonrisa
amable y agradecida y con voz queda la invito a tomar un té. Llamó a la mucama
y en mandarín le dijo algunas palabras. Mientras le agradecía – ya se había dado
cuenta lo que había pasado porque no era esa la primera vez – la invitó a
sentarse y le contó. Wei Jun, así dijo llamarse -, era un coleccionista de
jarrones chinos. Siendo un adolescente un monje le había contado que en el Tíbet
un sabio había encontrado la fórmula de la juventud eterna, y ante el temor de
que la misma cayera en manos de gente mala que lo acosaba para robársela, la escondió
en el doble fondo de un jarrón. El jarrón, por error, se mezcló entre otros, y
ya nunca más se supo de ella. El sabio, del disgusto murió sin haber dejado
nada para reproducirla. Wei Jun creció en
China obsesionado por la historia y cuando tuvo edad suficiente se echó a andar
por el mundo buscando el jarrón . Así sus averiguaciones constantes lo trajeron
finalmente a Argentina donde, se suponía que podía estar esa pieza, depositaria
de la maravillosa fórmula. Tanto buscar jarrones, Wei Jun, comenzó a reparar
que los mismos eran bellísimos y entonces se las arregló, con la ayuda de la
ciencia y la tecnología, para indagar si tenían doble fondo y la fórmula en su
interior, sin necesidad de romperlos Esa era la razón por la que su casa estaba
atestada de jarrones, tan bellos como valiosos, a los cuales amaba y de los que
no estaba dispuesto a desprenderse. Había también muchos otros objetos de arte
oriental. Con el tiempo se había convertido en un importantísimo coleccionista
ya no solo por necesidad sino también por amor a la belleza que había aprendido
a apreciar.
Cuando Wei Jun terminó su té y
su relato, se acomodó plácidamente en el sillón y se quedó dormido. La mucama
volvió, y no pareció sorprenderse. Entonces ella decidió retirarse, pero antes
extrajo de su cartera una tarjeta y se la dejó a la mucama por si el anciano
llegaba a necesitar algo. Salió a la
calle. Ya anochecía. Paró el primer taxi
que pasó y retornó a su casa. Estaba sorprendida con lo que había ocurrido. Esa
noche pensó mucho en Jian Yi. No se lo podía sacar de la cabeza.
A la mañana siguiente sonó el teléfono
cuando aun dormía y al
atender, una voz que le pareció
reconocer le pedía disculpas por el llamado y le anunciaba que Wei Jun nunca se
despertó de lo que se suponía era un sueño momentáneo. La mucama estaba
consternada, y quería agradecerle nuevamente por haberlo llevado, el día anterior,
a que muriera en su hogar. Se despidió con voz llorosa y cortó.
No supo bien porque, pero lloró
amargamente por la muerte de aquel viejecito que había dejado
su vida detrás de una fórmula que seguramente no existía. Y estuvo mal unos
cuantos días, sin saber bien si era por Wei Jun, por Jian Yi, por los dos o quizás por ella misma que no era
capaz de perder su vida por nada ni por nadie…
Era tiempo de reflexión.
Habían pasado aproximadamente 2
meses cuando un llamado
desde un número desconocido, le
anunciaba en su contestador que debía presentarse en día y hora determinados en
un estudio de abogados con documentos que acreditaran su identidad.
Pasada su sorpresa se comunicó
con el estudio porque pensó que se
trataba de una confusión, pero le corroboraron la cita sin darle ningún otro
detalle.
El día señalado, luego de mucho
dudar, concurrió de muy malhumor. ¡Allí también habían algunos orientales!
Pensó que algo extraño estaba ocurriendo en su vida últimamente. Veía chinos
por todas partes y le sucedían cosas extrañas con ellos…
Le ofrecieron un té mientras
esperaba, pero lo rechazó con fastidio.¡Al diablo con la cortesía oriental!
Al rato la hicieron pasar a
otro despacho. Allí le anunciaron que se había abierto el testamento de uno de
sus clientes recientemente fallecido y en él se designaba única heredera de una
importantísima colección de jarrones a
la última persona que hubiera llevado sano y salvo de regreso a su hogar
al dueño de la misma, quien sufría perdidas de memoria frecuentes y era regresado
muchas veces a su hogar, por gente desconocida. La otra heredera, su mucama de
toda la vida porque al cliente no le quedaban familiares vivos, había proporcionado los datos para encontrarla
a través de una tarjeta y daba fe de lo ocurrido el día anterior al
fallecimiento. El abogado continuó hablando durante un rato pero ya no pudo
entender nada más, lo que acababa de oír la superaba, creyó que se desmayaba
ahí. ¿Qué iba a hacer con cientos y cientos de jarrones? Se acordó del ofrecimiento y reclamó el té
que le habían querido servir un rato antes. Y así, con el té chino, tragó como
pudo la noticia que la convertía en la dueña de los valiosos jarrones.
Fijaron día y hora para
continuar con el trámite y salió casi corriendo, necesitaba refugiarse en su
hogar. No habían sido buenos los últimos tiempos, el recuerdo de Jian Yi no la
dejaba en paz y ahora esto.
Cuando llegó la noche, se
conectó a la red, miró algunas páginas irrelevantes y cuando ya estaba por
salir se le ocurrió abrir su email. Varios mensajes la estaban aguardando, un
par de newsletters, un par de amigas, ese
sujeto pesado que quería salir con ella e insistía a pesar de sus negativas y
un mail desconocido que estuvo a punto de marcar como spam: nuncateolvide@gmail…. . Sin embargo, se arrepintió a último momento y lo abrió. El remitente le decía que hacía meses que no
podía dejar de pensar en ella, que regresaba a Argentina a reconquistarla
porque el corazón le decía que ella aún lo amaba como él a ella y que cuando
estuvieran juntos le iba a contar la verdadera razón por la cual había viajado
cuando se conocieron. Decía que se
trataba de una historia singular sobre un sabio y una fórmula que era necesario
hallar. Se disculpaba por no continuar el relato por el mail, ya que iba a
tener que convencerla de la veracidad de la historia y prefería hacerlo
personalmente. Daba fecha y hora de vuelo y rogaba que lo fuera a esperar al aeropuerto.
El mail era extenso pero ella
ya no entendía lo que
leía… Se había puesto a pensar que de un
día para otro era la poseedora de una magnífica colección de jarrones chinos,
una suegra ,un cuñado y toda una familia de ojos oblicuos que no hablaban español
pero que seguramente querrían conocerla a
la brevedad y por primera vez en mucho tiempo, se sintió feliz, inmensamente
feliz.
A. B.
Como los jarrones que la heroína del cuento recibió de Wei Jun son muchos
los vas a poder ver en el próximo post.
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