EN LA ARENA DE LA PLAYA
Cuento de madrugada
Soplaba
una brisa fresca con olor a sal. El mar ronroneaba perezoso
y
acariciaba la playa robándole, en cada mimo, un poquito de arena
y algunos
caracolitos que le había regalado la
marea.
A lo lejos se veían
los barcazas que salían a diario a pescar.
El sol asomaba rutinario e
indiferente entre las nubes que telonaban
el
cielo.
La playa era
toda mía… A esa hora la gente aun dormía su sueño
de fantasías incumplidas
debajo de unas cuantas cobijas resignadas
a su tediosa labor nocturna.
A mí me
gustaba caminar por la costa a esa hora, esperar el alba y
ver el
avance furtivo y constante del mar sobre la arena.
Me gustaba
sentirme dueña absoluta de ese paisaje de ensueño, tan
vivo, tan intenso,
tan sobrecogedor.
El amanecer me
encontraba en el mismo lugar, cada vez que podía
escaparme sin
ser vista.
Siempre la
misma escena, siempre un nueva emoción…
Sin embargo
aquel día, algo iba a alterar esa ceremonia casi ritual
que yo, sin
remordimientos, le espiaba a la naturaleza.
En un momento,
desde los acantilados, vi surgir una figura que en
un principio me costó
distinguir.
Luego, a
medida que se aproximaba, me di cuenta que era una mujer
joven… joven y muy bonita.
Caminaba, descalza, lentamente hacia la
orilla. Su largo vestido blanco, algo
transparente, iba dejando un rastro
tenue sobre la arena húmeda. Era muy
esbelta. Su larga cabellera caoba
caía algo desordenada sobre sus hombros descubiertos y su espalda.
Mientras me
preguntaba qué hacía allí una mujer así vestida, reparé que
venía casi en línea recta
hacia mí.
Yo estaba
sorprendida, no sabía que pensar… ¡De pronto me di
cuenta que había llegado a
mi lado!
Un perfume
intenso y como salino la envolvía. Detuvo la marcha, me
miró fijamente, extendió
su mano izquierda y tomó la mía con fuerza:
estaba helada!
Un anillo de compromiso con
una curiosa piedra azul brillaba en su anular.
Súbitamente dijo algo con una
voz grave y profunda que no pude entender.
No sé en que idioma hablaba.
Una lágrima
rodó por su mejilla pálida y como de seda.
Yo, muda, intentaba
decirle que me era imposible entenderla, pero no
podía articular palabra
alguna.
Me pareció ver
desesperación y urgencia en su vidriosa mirada cerúlea.
Fueron pocas
palabras, luego el silencio, pesado... incómodo; hasta que
soltó mi mano y comenzó a correr mar adentro.
soltó mi mano y comenzó a correr mar adentro.
Quise
detenerla pero no pude. Intenté correr, alcanzarla porque presentí
algo
terrible, pero ella se alejaba rauda, parecía tener alas en los pies.
Se internó en el agua y el mar se la fue
llevando en una especie de
danza fantasmagórica.
Su figura, lo que quedaba de su figura fuera
del agua, se recortaba nítida
sobre la contundente masa del sol. A medida que se alejaba su
cabello
parecía fulgurar…
parecía fulgurar…
Entonces,
cuando imaginé angustiada, que iba a desaparecer entre el
vaivén de las olas el sol se volvió rojo intenso, ella elevó los brazos y
su figura pareció eyectarse al infinito vaya uno a saber por qué extrañas
fuerzas submarinas.
vaivén de las olas el sol se volvió rojo intenso, ella elevó los brazos y
su figura pareció eyectarse al infinito vaya uno a saber por qué extrañas
fuerzas submarinas.
Mar y cielo se tiñeron también de rojo y en
medio de ese escenario colorido y
caótico desapareció.
caótico desapareció.
Fue como si se
la hubiese tragado el sol o como si se hubiese fundido en él.
¡El sol era una inmensa bola de fuego que incendiaba el cielo!
Los instantes
posteriores no sé explicarlos muy bien, estaba aturdida
y muy agitada. Y no podía entender qué había ocurrido
y muy agitada. Y no podía entender qué había ocurrido
Miré a mi
alrededor. Hubiera necesitado algún testigo fortuito de lo que
había presenciado, pero no había nadie.
Un rastro de telas arrastradas y algunas tenues pisadas de pequeños pies
descalzos surcaban la arena de la playa y, a unos pocos pasos, brillando rebelde,
asomando impertinente entre el sílice, se veía una sortija de compromiso con
una curiosa piedra azul.
había presenciado, pero no había nadie.
Un rastro de telas arrastradas y algunas tenues pisadas de pequeños pies
descalzos surcaban la arena de la playa y, a unos pocos pasos, brillando rebelde,
asomando impertinente entre el sílice, se veía una sortija de compromiso con
una curiosa piedra azul.
A.B.
Maravilloso,"Cuento de Madrugada"
ResponderEliminarHermoso!!!!
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias!
ResponderEliminarHermoso, me encanto!!
ResponderEliminarUna fsntasia al amanecer. Bello
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