lunes, 21 de abril de 2014

EN LA ARENA DE LA PLAYA




EN LA ARENA DE LA PLAYA



Cuento de madrugada 

 







Soplaba una brisa fresca con olor a sal. El mar ronroneaba perezoso
y acariciaba la playa robándole, en cada mimo, un poquito de arena 
y algunos caracolitos que le había regalado la marea.
A lo lejos se veían los barcazas que salían a diario a pescar.
El sol asomaba rutinario e indiferente entre las nubes que telonaban 
el cielo.
La playa era toda mía… A esa hora la gente aun dormía su sueño
de fantasías incumplidas debajo de unas cuantas cobijas resignadas
a su tediosa labor nocturna.
 A mí me gustaba caminar por la costa a esa hora, esperar el alba y 
ver el avance furtivo y constante del mar sobre la arena.
Me gustaba sentirme dueña absoluta de ese paisaje de ensueño, tan 
vivo, tan intenso, tan sobrecogedor.
 El amanecer me encontraba en el mismo lugar, cada vez que podía
escaparme sin ser vista.

Siempre la misma escena, siempre un nueva emoción…

Sin embargo aquel día, algo iba a alterar esa ceremonia casi ritual
que yo, sin remordimientos, le espiaba a la naturaleza.

En un momento, desde los acantilados, vi surgir una figura que en 
un principio me costó distinguir.
Luego, a medida que se aproximaba, me di cuenta que era una mujer 
joven… joven y muy bonita. Caminaba, descalza, lentamente hacia la 
orilla. Su largo vestido blanco, algo transparente, iba dejando un rastro 
tenue sobre la arena húmeda. Era muy esbelta. Su larga cabellera caoba 
caía algo desordenada  sobre sus hombros descubiertos y su espalda.

Mientras me preguntaba qué hacía allí una mujer así vestida, reparé que
venía casi en línea recta hacia mí.
Yo estaba sorprendida, no sabía que pensar… ¡De pronto me di 
cuenta que había llegado a mi lado!
Un perfume intenso y como salino la envolvía. Detuvo la marcha, me 
miró fijamente, extendió su mano izquierda y tomó la mía con fuerza: 
estaba helada! 
Un anillo de compromiso con una curiosa piedra azul brillaba en su anular.
Súbitamente dijo algo con una voz grave y profunda que no pude entender.
No sé en que idioma hablaba. 
Una lágrima rodó por su mejilla pálida y como de seda.
Yo, muda, intentaba decirle que me era imposible entenderla, pero no 
podía articular palabra alguna.
Me pareció ver desesperación y urgencia en su vidriosa mirada cerúlea.
Fueron pocas palabras, luego el silencio, pesado... incómodo; hasta que 
soltó mi mano y comenzó a correr mar adentro.
Quise detenerla pero no pude. Intenté correr, alcanzarla porque presentí 
algo terrible, pero ella se alejaba rauda, parecía tener alas en los pies.   
Se internó en el agua y el mar se la fue llevando en una especie de 
danza fantasmagórica.
Su figura, lo que quedaba de su figura fuera del agua, se recortaba nítida 
sobre la contundente masa del sol. A medida que se alejaba su cabello 
parecía fulgurar…

Entonces, cuando imaginé angustiada, que iba a desaparecer entre el
vaivén de las olas el sol se volvió rojo intenso, ella elevó los brazos y 
su figura pareció eyectarse al infinito vaya uno a saber por qué extrañas 
fuerzas submarinas. 
Mar y cielo se tiñeron también de rojo y  en  medio de ese escenario colorido y
caótico desapareció.
Fue como si se la hubiese tragado el sol o como si se hubiese fundido en él.
¡El sol era una inmensa bola de fuego que incendiaba el cielo!

Los instantes posteriores no sé explicarlos muy bien, estaba aturdida 
y muy agitada. Y no podía entender qué había ocurrido

Miré a mi alrededor. Hubiera necesitado algún testigo fortuito de lo que 
había presenciado, pero no había nadie. 
Un rastro de telas arrastradas y algunas tenues pisadas de pequeños pies 
descalzos surcaban la arena de la playa y, a unos pocos pasos, brillando rebelde, 
asomando impertinente entre el sílice, se veía una sortija de compromiso con 
una curiosa piedra azul.



A.B.


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