LOS DESEOS DE SOL
Un cuento inspirado en el Árbol De Los Deseos de
Marta Minujín
Sol no entendía bien porque para determinada época del
año la
gente enloquecía en las calles. Era siempre cuando
comenzaba
el calor y ya no necesitaban taparse con todo lo que
encontraban,
ella, su mamá y sus tres hermanitos, para poder dormir en
las
noches frías. Hasta con los diarios que juntaban para luego
vender y comprar comida se tapaban para poder
dormir,
amuchados, debajo de aquel puente que era su techo… el techo
de su casa: unas lonas viejas
amarradas con pilas de piedras, y
sostenidas con trozos de ramas
gruesas , y el techo implacable
de sus ilusiones. Desde la
mañana, en la vereda que se ubicaba
para extender su mano para
pedir una moneda, veía pasar a la
gente en su incesante deambular por los negocios.
Salían con
paquetes y bolsas multicolores
con moños vistosos, sin prestarle
ninguna atención.
Con sus seis añitos, entendía
poco y nada de navidades y mucho
de sufrimiento y hambre.
Algunos nenes que a veces se paraban
un instante a hablar con ella,
mientras las madres compraban, le
habían alcanzado a decir que
estaba por llegar Papá Noel para
dejar debajo del arbolito los
regalos que habían pedido para la ocasión.
Sol no entendía bien, esto de
un papá llamado Noel porque ella
nunca había tenido un papá.
Tampoco le habían aclarado lo del arbolito.
¿Cuál arbolito? Había muchos en
las calles, pero debajo de ellos sólo
veía, en los atardeceres,
bolsas de residuos que revisaban para ver
que podían sacar y utilizar.
Nunca había visto regalos debajo de
ningún árbol..
Sol estaba confundida, parece
que ese papá llamado Noel, le hacía
regalos a todos los nenes,
menos a ella y sus hermanitos.
Quizás era porque no los
conocía… Lo cierto es que le dieron
muchos deseos de encontrarse
con él y de decirle que ella también
quería regalos.
Regalos, para toda su familia
también. Regalos, regalos, pero ¿qué
regalos podía pedir ella, que no
tenía nada, que muchas veces no
podía dormir porque la panza
vacía duele? ¿Pediría
comida?¿Alguna
muñeca con la que jugar?
Imaginaba que poder jugar con una muñeca
debía ser algo muy lindo…¡En
fin, tantas cosas quería pedir: un
par de zapatillas menos rotas
que las que usaba, unas donde no entrara
el agua cuando lloviera! Claro
que más necesario era algún lugar donde
poder vivir, por chiquito
que fuera, o quizás, más importante que todo
eso fuera un papá, un papá
común como el que suelen tener los otros
nenes que sí viven en casas y
no debajo del puente.
Así eran las disquisiciones de
Sol, hasta que una noche, el cielo se
iluminó de todos los colores
posibles, con luces que hacían complicadas
y fugaces cabriolas para
desaparecer, de repente, en la oscuridad .
De repente, se escuchaban ruidos tremendos que la hacían estremecer.
De repente, se escuchaban ruidos tremendos que la hacían estremecer.
Todo eso debía ser por algo…
algo importante, como la llegada de ese
papá de todos los chicos, menos
de ella y sus tres hermanitos, al que
todos llamaban Noel.
Se durmió tarde en la
madrugada, cuando las luces en el cielo se apagaron
definitivamente, y la panza dejó de protestar porque no le había puesto
definitivamente, y la panza dejó de protestar porque no le había puesto
nada adentro. Se durmió y soñó
que Noel se había enterado que tenía
cuatro hijos más que vivían con
su mamá debajo de un puente.
Esa mañana, cuando despertó,
vió que un señor bastante mayor hablaba,
en la acera, con su madre en
voz baja… la conversación le pareció larga,
el hombre lloraba y su madre
tenía un gesto en su rostro que Sol no
alcanzaba a descifrar. En un
momento alzaron la voz, él pedía por favor y
decía que iban a tener todo lo
que necesitaran, que no tuviera ningún
temor, ella decía que no entendía
que se proponía, que era un disparate.
Luego de un rato, parecieron ponerse
de acuerdo, el hombre giró y desapareció
unos minutos para volver en un
coche enorme y muy lustroso y su madre
se metió dentro de la lona que
hacía de carpa, tomó a los cuatro y les
dijo:
“Nos vamos, que Dios nos
proteja”, los subió al coche, y el señor
mayor
arrancó raudo….
Sol Jiménez Howard Anzoátegui,
Jiménez por parte de madre, exitosa
arquitecta que se dedica a la
construcción de casas sustentables para
una Fundación que auxilia a los
sin techo, es una de los cuatro hijos
adoptivos de Noel Howard
Anzoátegui, destacado ingeniero, millonario de
alta alcurnia que habiéndose
casado, ya mayor, con una jovencita de
su clase, enviudó y perdió a
sus hijos cuando un terrible accidente
aéreo
los transportaba, desde Brasil,
para reunirse en Nochebuena, luego de
vacacionar una semana en las
playas de Ipanema. El hombre, luego de
atravesar dos años una profunda
depresión, decidió una Nochebuena poner
fin a sus días y cuando estaba
por apretar el gatillo del arma que pondría fin
a su infinito dolor, vino a su
mente el rostro de una niñita de cara sucia y
pelo enredado que mendigaba en una de las calles por las que
solía pasar con
su coche, cuando iba al
cementerio.
Pasaron muchos años que aquella
circunstancia. Noel Howard Anzoátegui,
padre de seis y no de todos,
volvió a sonreír y ser feliz. Ya no está en este
mundo, tampoco Amalia Jiménez,
que más que una empleada fiel y eficiente,
fue una amiga y la mujer que le permitió volver a tener su
casa con risas
de niños y sentirse vivo y
padre vigente otra vez.
Sus cuatro herederos, todas
personas de bien, tienen mucho trabajo en
la actualidad, especialmente
cuando se acercan las fiestas navideñas
porque no olvidan ni su origen ni el dolor que produce la panza
vacía.
A veces, del cruce de la miseria más tremenda
con la soledad que devora las
entrañas, ó la desesperación
que llega a inducir desear la muerte, puede nacer
la felicidad absoluta,
aquella que no sólo nos hace bien a nosotros sino que
también les es útil a los
demás, en especial a aquellos que están atravesados
por la desdicha y la miseria.
A. B.
DEJO AQUÍ, A QUIEN CORRESPONDA, MI PEDIDO PARA
ESTAS FIESTAS:
¡Qué no haya
mas gente con hambre y sin techo en ningún
lugar del mundo!
Tengo otros pedidos para formular, pero los haré en el
próximo cuento....
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