domingo, 25 de mayo de 2014

EN EL CAMINO DE LA ARBOLEDA










EN EL CAMINO DE LA ARBOLEDA

 

(Otro cuento de madrugada) 

 

 

 









Hacía tiempo que la vida le estaba haciendo zancadillas.  y parecía no querer darle respiro. La habían despedido
del trabajo, se le había vencido el contrato de alquiler
del monoambiente amueblado que rentaba en los suburbios y la dueña le había dicho que no le iba a renovar.
¿Renovar qué? No podía renovar, había perdido el trabajo. A Fossati, el dueño del drugstore, le
habían bajado mucho las ventas, y lo habían asaltado
tres veces en el transcurso del año, por lo cual había decidido despedir a dos de las tres empleadas y comenzar a cerrar durante la noche. Resultado: ella, por ser la última en entrar había sido la primera en salir.
¡Si por lo menos el amor la acompañara! Pero no,  el último novio, había resultado igual que el primero, el
segundo, el tercero…
Ya se lo habían dicho su madre y su tía Cata, la que nunca se casó: “los hombres son todos iguales, una vez que consiguieron lo que pretenden, se vuelan”… Y el último se había volado. Sí, se había volado con el plasma que había logrado comprar en cuotas y la cámara de fotos que había sacado en una rifa de su  club de futbol, del cual la había hecho fanática su padre, cuando vivía.

¡Todo mal! Con su madre no podía volver, estaban mortalmente enfrentadas por diferencias conceptuales profundas…

¿Cómo seguir? ¿Dónde ir? ¿A quién recurrir? Todas preguntas sin respuestas. 

Con el contrato de alquiler vencido y la dueña llamándola todos los días, sin trabajo, sin novio, y ahora hasta sin televisor se dijo: “llegó el momento de levantar la carpa
y buscar nuevos horizontes” Algo había que hacer. De un día para otro se encontraba en la calle y sola en el mundo.

Sacó la valija de debajo de la cama y colocó desprolijamente y  a las apuradas, las cuatro gastadas pilchitas que componían su vestuario. Retiró del tarro de arroz los pocos pesos enrollados en un plástico que se habían salvado del novio saqueador; contó los escasos billetes  y se desesperó: no tenía ni para pagar una semana en una pensión.

No lo pensó demasiado: “¡Me voy a la m…..  y que sea lo que Dios quiera, peor no puedo estar!”

“¿Dios? ¿Qué Dios? Dios no atiende a las chicas  pobres” farfulló mientras cerraba la valija. Cortó la luz,  cerró la llave del gas, se puso la plata en el morral y, valija en mano, se fue derecho a la casa de la dueña del monoambiente y le entregó las llaves. Fue un trámite rápido porque la dejó hablando sola de las cuentas de los servicios, posibles daños y algunas otras cosas que no entendía muy bien porque había comenzado a sentirse de forma extraña: le dolía la cabeza y estaba algo mareada…

Hacía casi dos días que no comía… Por un momento creyó que se iba a desmayar. Estaba asustada, no tenía rumbo alguno.  En un momento sintió  que el piso comenzaba a flotar y se le nublo, por un instante, la vista  ¿Se venia el desmayo?  ¿Qué hacer?
“Un taxi, me tomo el primer taxi que pase, si me desmayo arriba, seguro me va a llevar a un hospital”
Cuando el taxista le preguntó con voz ausente
“¿Adónde vamos?”, sintió un deseo incontrolable de abrir la puerta y tirarse, ¡no tenía donde ir! El hombre la miró, desconfiado, por el espejo y repitió la pregunta, impaciente.
Titubeando y en forma casi inaudible respondió: “A la  terminal”
Y el taxista: “¿A la terminal de ómnibus?”
“Si, si” replicó ella con un hilo de voz. Necesitaba desplomarse en el asiento y poner la mente en blanco, recuperarse, porque el malestar no cesaba. Cerró los ojos y debió haberse quedado dormida porque la voz del taxista reclamando de forma perentoria el importe del viaje la sobresaltó.
Pagó con un par de billetes del escuálido rollito
que había guardado en el morral. Tomó su valija, bajó
y comenzó a caminar desorientada; nunca había estado ahí. Una señora, al verla sin saber a donde dirigirse le
indicó el lugar de las ventanillas de venta de pasajes creyendo que era lo que ella buscaba. La miró con una mirada vacía y nada más porque el malestar  le impidió  agradecer.
Sólo quería acomodarse en algún lugar y descansar.
Como una autómata se dirigió a las ventanillas. ¡Había mucha gente alrededor, parecían apurados, hablaban, gesticulaban y ella se sentía tan cansada!  Alguien, sin querer la empujó y quedó justo en medio de una fila.
Una fila cualquiera, daba lo mismo, si sacaba un pasaje
se podría sentar y cerrar los ojos.
La sensación del piso flotante se hacía cada vez más intensa, estaba muy mareada. Cuando estuvo frente a la ventanilla el empleado la miró con
extrañeza,  ella pudo darse cuenta que le preguntaba
algo con insistencia, pero no entendía, oía palabras que le sonaban ajenas,
Para salir del mal momento, musitó un “sí”, que fue casi
inaudible, pero el vendedor pareció comprender y le extendió un pasaje. Ella le entregó el rollito  de billetes rescatado del tarro de arroz  que él abrió, desconfiado. Luego de contarlo le entregó un vuelto mínimo.  

Y después un enorme vacío en el estómago y en la cabeza…. La nada.

La despertó un intenso estado nauseoso, y una jaqueca feroz. El micro, iba por la ruta rumbo vaya uno a saber donde.
No recordaba nada…  La tarde caía y a lo lejos se veían tenues lucecitas de algunas casas desperdigadas en medio del campo.  En un impulso, se acercó, vacilante, al conductor y le pidió que le permitiera bajarse, aduciendo
que iba a una de las casas del poblado que se veía a lo lejos. El hombre, que hablaba entretenidamente con su relevo, ni le prestó atención y entrando con cuidado en la banquina frenó para dejarla bajar. ¡Un pasajero menos!
Bajó, y comenzó a caminar campo traviesa. Le pareció que el aire la reanimaba un poco. No tenía idea de donde estaba ni adonde se dirigía… lo mismo daba, en definitiva solo buscaba un lugar donde acomodar ese pobre cuerpo que acusaba recibo de todo lo vivido en los últimos tiempos.
El malestar iba en aumento… le costaba caminar, le pesaban las piernas, sentía un enorme cansancio.

Un poco más adelante una cortina de árboles invitaba al misterio, iba derecho hacia ellos. Cuando estuvo cerca vio un sendero que se abría en medio y lo tomó. Pronto iba a caer la noche.

¡Había hecho la peor elección! Sin embargo, como no podía pensar, era inconsciente del peligro.

Iba caminando lentamente, se sentía muy mal,
casi al borde del desmayo, cuando vio una figura a lo lejos… Pensó que la lucidez la abandonaba por completo, No era posible encontrar a alguien ahí, en ese lugar de tremenda soledad. Las casas parecían estar a kilómetros de distancia!  
Paró y respiró profundamente tratando de oxigenar sus pulmones y de paso su cerebro que le jugaba tan mala pasada. Cerró y abrió los ojos varias veces para verla desaparecer, pero fue inútil. La figura se hacía más nítida a medida que se acercaba.
Cuando se dio cuenta que era un hombre, se asustó. ¡Estaba totalmente indefensa y en estado de extrema debilidad!
¿Qué había pasado con su vida para que todo fuera tan difícil? Trataba de pensar, de imaginar cómo y hacia donde escapar, pero tenía los pies clavados al suelo y ya ni podía moverse. La figura se acercaba y a pesar de la incipiente penumbra  alcanzó a divisarlo. Era muy alto y de gran contextura, su piel parecía bastante morena.
El pelo largo, crenchudo y oscuro daba  un marco particular a un rostro tan hermoso como fiero.
Sintió terror… estaba perdida. El sujeto se acercaba, sin prisa y sin pausa… ya lo tenía muy cerca. Quiso gritar y no le salió la voz….  Pensó que Dios la había abandonado definitivamente y la congoja comenzó a estrangular su garganta… la primera lágrima rodó, helada, por su mejilla.
Las ropas raídas del sujeto rozaron las suyas. Se había parado frente a ella y la miraba fijamente con una mirada intensa y penetrante. El ruido de las hojas que abanicaba el viento era una sinfonía que tomaba por asalto el lugar.
Ella quería correr, huir, pero no podía moverse. Los ojos clavados en los suyos la paralizaban, la atravesaban! ¿Qué esperaba para abalanzarse, para golpearla, o herirla, matarla, o…?
Solo la miraba fijamente… De repente levantó sus brazos con lentitud, acercó sus manos a su rostro lloroso y secó con sus dedos ásperos, las lágrimas. Ella advirtió que sus muñecas estaban muy lastimadas, habían sangrado y tenían marcas  como de ataduras.  Al bajar instintivamente la mirada chocó con varias manchas de sangre en su camisa. Entonces, pese al temor,  lo miró a los ojos de nuevo… El miedo le abría paso a la curiosidad. Se dio cuenta que ese rostro fiero reflejaba un enorme sufrimiento. La mirada intensa que le había parecido aterradora, dejaba trasuntar algo más que no podía definir.   Se preguntaba si lo que ocurría era real o producto de su estado calamitoso. La cordura la abandonaba. El sujeto tenía sangre en las ropas y en las manos... "¿Qué me pasa? ¡No puedo apiadarme de un asesino...! Loca, me estoy volviendo loca" fue lo último que alcanzó a pensar, en un paroxismo de terror y angustia. 
Sin querer, se fue aflojando hasta que, de repente, las piernas se hicieron de algodón y ya no pudieron sostenerla más. Las fuerzas la abandonaban definitivamente… "Es el fin...." fue lo último que acudió a su mente.
Antes de desmayarse alcanzó a sentir que los brazos de él la rodeaban y sostenían evitando que cayera pesadamente sobre la tierra.

Cuando se despertó, era tarde en la noche. Estaba en una cama  humilde pero limpia y bastante cómoda. Un par de viejos revoloteaba a su alrededor sin hacer preguntas. La anciana le trajo un humeante plato de sopa y le sonrío amablemente.
Mejor no decir nada. ¡Hacía tanto tiempo que nadie la atendía, que nadie le servía un plato de comida!  Se sentía  mucho mejor. Como la pareja no le decía nada, ella preguntó como había llegado hasta allí.
Entonces le explicaron que una mujer del puñado de ranchos que conforman el poblado había ido a la capillita  a rezarle al Cristo, como todas las tardes,  pero cuando llegó descubrió que lo habían robado. Habían desclavado el Cristo de la cruz y se lo habían llevado. Alarmada, dio aviso a los vecinos y algunos, los que pudieron, salieron a buscar al ladrón y tratar de recuperarlo… Al ladrón no lo encontraron, al Cristo menos, solo la  habían encontrado a ella, desmayada, sobre una especie de colchón de hojas y tapada  con una camisa de hombre vieja y manchada. Entre varios la pudieron subir a un  carro para traerla al poblado y cuidarla.

Las últimas palabras las escuchó apenas. Se sumergió en un sueño tan profundo como reparador hasta la mañana siguiente. La despertó el olor a pan recién hecho; un enorme y tazón de leche caliente la  estaba esperando. Fue durante el desayuno que se animó a contarles el extraño cruce en el camino de la arboleda . El matrimonio dedujo que se había tratado del ladrón del Cristo.

¡Sí, había sido el ladrón del Cristo!
Al fin la suerte se acordaba una vez de ella, por  lo menos el malviviente no le hecho nada, pensó reconfortada.

Luego de desayunar pidió que le dijeran donde estaba la capillita. Quería ir a agradecer, estaba viva,  tenía la panza llena, había dormido bajo un techo y se había salvado de un loco suelto o peor que eso. Cuando llegó, se cruzó con un paisano que le preguntó como estaba y le comentó alborozado que alguien había recuperado el Cristo porque ya estaba de nuevo en la cruz.
Entro cabizbaja  y cayó reverencialmente ante la humilde  pero enorme cruz y rezó… rezó fervorosamente largo rato agradeciendo el milagro de la vida, de ese nuevo comienzo luego de una noche de terror e indefensión, la peor noche de su vida. 

Cuando se levantó para acercarse y tocar al Cristo robado con su mano, alzó su rostro para mirarlo por primera vez y el corazón le dio un vuelco, un estremecimiento recorrió su cuerpo y volvió a caer  de rodillas, el rostro bañado en lágrimas…

 ¡Hay miradas que no se olvidan jamás!



A.B.



jueves, 22 de mayo de 2014

MUERO DE AMOR POR LOS NEGROS





MUERO DE AMOR POR LOS NEGROS




Sí, sí, así como lo lees... muero de amor por los negros, por los
accesorios negros: los collares negros, las pulseras negras, los
aros negros! Los amo sobre las pieles claras y las que no lo son 
tanto, amo ese look misterioso y algo barroco que le dan a quien 
los usa, amo como contrastan con piedras, perlas y otros metales, 
los amo más allá del plateado y el dorado... definitivamente son 
mi debilidad.

¿Los otros? ¿Los que imaginaste?

¿Que duda cabe? ¡TAMBIÉN!










































































































































 










































































































































































































 

















































 




















 






 Y... sí, impòsible no enamorarse de los negros!
















sábado, 17 de mayo de 2014

CUANDO LA PLATA SE CONVIERTE EN UN METAL CODICIADO







CUANDO LA PLATA SE CONVIERTE EN UN METAL CODICIADO

 

  


Sólo imágenes porque en este caso son mucho más elocuentes 
que las palabras. Las piezas aquí exhibidas en general son muy
antiguas, están en manos privadas y tienen un altísimo valor
de mercado .




























 






































































 




































































































































































































































































































































 































 










































 









































 






























































































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